El domingo que duró un verano

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El domingo que duró un verano

Hay un sentimiento recurrente en mi vida. Un sentmiento que asocio a un tiempo y a un lugar. El sentimiento de una tarde de domingo, que por alguna razón sabe a melancolía e incluso a un poco de desesperanza. Como si el inicio de una nueva semana significara la muerte de el ser que habitó en la semana que recién acaba.
Tengo este sentimiento desde que tengo memoria desde la secundaría. Cuando paseaba a mi perro un domingo por la tarde, había algo en la tranquilidad y el vacio de las calles que me incomodaba.
Al principio le temía a este sentimiento, pues no lo entendía, pero ya entrada la preparatoría lo fui aceptando y me fui acostumbrando; simplemente lo llamba tristeza de domingo.
Aprendí un poco a escapar de ello. En universidad empecé a salir con una chica, que eventualmente sería novia mia, los domingos en la tarde; un día yo le expliqué este sentimiento y ella lo entendió.
Con ella descubrí que mientras sintiera el calor de la compañía humana, el sentimiento desaparecería. Con esto empecé a apreciar las cosas que traía un domingo por la tarde; la belleza de las calles desoladas al atardecer, el lejano sonido de niños jugando en algún parque o la ocasional kermés de alguna iglesia que celebraba algo.

Explico lo anterior, porque al momento de escribir esto han pasado 125 días desde que inició la pandemia provocada por el SARS-CoV-2, y apenas he encontrado como he sentido la pandemia para mi, como una larga tarde de domingo. Ese sentimiento agridulce prolongado durante todo un verano. Pues así como el atardecer anuncia el final de una semana y el comienzo de una nueva, cada tanto se anuncia con bombos y tambores el final de la pandemia, pero hasta el momento no acaba (ni las cosas mejoran, honestamente). Mi familia ha sido aforutunada durante todo este tiempo, pues no hemos perdido a ningún ser querido por la enfermedad, y las perdidas economicas han sido manejables hasta el momento; pero no para todos mis cercanos ha sido así.

Así que si, escribo esto porque me siento como en secundaría o prepa. Sin posibilidades de hacer algo para mejorar la situación, sin poder ver a mis amigos, pareja o mi familia con la facilidad a la que ya me había acostumbrado. Encerrado constantemente, rodeado de pantallas y viviendo aquella metafora del internet día a día.

Ahora solo veo por la ventana este atardecer eterno, esperando pronto poder volver a ver a mis abuelos, caminar de la mano de quien amo por un parque y juntarme a reir con mis amigos, porque sencillamente los extraño.

Luis Angel Ortega ©